Si conocierais con toda exactitud vuestra prisión, podríais planificar vuestra evasión”. Lazaris
Creemos que estaríamos mejor con nosotros mismos consiguiendo cosas externas, resultados grandiosos, méritos diversos. Pero la satisfacción personal y la autoestima es algo que se desarrolla mucho más en el interior que en lo exterior. Por desgracia, en demasiadas ocasiones no hay mayor enemigo de nuestra propia estima que nosotros mismos que, en un aparente intento de “cuidarnos” y “protegernos” somos los máximos boicoteadores en el desarrollo de la misma.
Si para quererse a uno mismo es condición indispensable no vivir “abandonándose” ni “dejar de lado” nuestros máximos deseos, si es cierto que en la autoestima, cómo en tantas cosas, la meta es el camino ¿qué hay dentro de nosotros que nos hace salir otra vez del camino que lleva al logro de la propia estima personal? Si quererse es ser fiel a nuestros verdaderos deseos y el simple hecho de ir a por ellos es la meta en sí ¿qué nos hace, una y otra vez, perder este referente?
Para ir a por algo que uno desea tenemos que tener: en primer lugar la honestidad de aceptar que lo queremos, en segundo lugar la valentía de movernos hacia ello, en tercer lugar la humildad de encajar el hecho de “no” conseguirlo y en cuarto lugar la fuerza necesaria para restablecernos tras la posible derrota. Serán estas cuatro condiciones las que necesitemos para garantizarnos una autoestima sana: ser honestos con nuestras necesidades, valientes en nuestras luchas, humildes ante nuestros fracasos y fuertes ante nuestras derrotas.
Pero ¿Cómo ir a por lo que deseo cuándo vivo atenazado por el orgullo, blindado tras mi miedo o paralizado por el temor? ¿Cómo perseguir mi objetivo si evito frustrarme o sufrir una decepción? ¿Cómo ir de la mano de mis deseos y esforzarme en lograrlos si temo evidenciar mi falta de capacidad dañando de este modo mi “débil e insaciable ego”? ¿Cómo ir a por aquello que me podría hacer evolucionar si mis miedos, evitaciones y controles me mantienen atrapado en las férreas fauces de aquello que conozco?
Difícilmente el ser humano puede sentirse satisfecho consigo mismo o realizado cuando repite de un modo recurrente lo que sabe que “ya sabe”. Pero por otro lado, este camino de la autoestima y del desarrollo personal es tan difícil de seguir como elevados sean nuestros miedos al error, al conflicto, al sufrimiento o al fracaso. Con cada evitación de aquello que tememos no haremos sino aumentar nuestros miedos, disminuyendo así nuestra propia estima personal, por tanto, lo que nos garantiza mantenernos “seguros” y “protegidos” será lo que nos impida correr la necesaria aventura de los nuevo, obligándonos a apearnos de los riesgos y, del mismo modo, de las posibilidades que nos ofrezca la ida, que únicamente serán viables si nuestros mecanismos de control y de evitación no los neutralizan.
Ante la disonancia de que uno mismo puede llegar a ser el mayor artífice de su autoestima y el máximo responsable de la pérdida de la misma al caer en el frecuente error de abandonar nuestras propias necesidades o deseos, trataremos de justificar aquellas acciones, creencias o sentimientos que nos alejen de la misma con diversas “racionalizaciones”. Y como “decir es creer” nos terminaremos creyendo lo que vivimos diciendo, lo que hará que difícilmente seamos conscientes de cómo minamos nuestra propia autoestima.
¿Quién no ha escuchado alguna vez la justificación de aquel que no protege sus derechos con afirmaciones como: “no hay mayor desprecio que no hacer aprecio”, “no vale la pena”, “no le digo nada porque no quiero problemas”, “es mejor pasar” o “no quiero que me afecte”? Indudablemente sería mucho más difícil decir: “me cuesta enfrentarme”, “temo las consecuencias”, “me dan miedo los conflictos”… pero sin duda, el hombre no es un animal racional, sino un “animal racionalizador” pues, ¿qué idea tendríamos de un jefe que ante el acoso de un compañero nos diera los primeros consejos y tratara de que con ellos nos diéramos por satisfechos?
Nosotros somos lo que en la vida podemos solucionar o “hacer el intento” de solucionar nuestros problemas, sitiendo que hemos hecho algo por nosotros mismos, por cuidarnos, por sentirnos realizados. O podemos, por el contrario, considerar que evitar los problemas, lavarnos las manos y mirar en otra dirección es “suficiente” pero lo que no podremos evitar, de ningún modo, es la profunda decepción que una parte de nosotros sentirá ante la otra y el reflejo de ello será: nuestra dañada autoestima.
Si, por tanto, nuestros miedos, evitaciones y controles son las prisiones en las que corremos el riesgo de hacer perecer nuestra propia autoestima, trabajar en “evitar evitar” aquello que tanto “evitamos” sería el principio del desarrollo personal pues como afirmó Lazaris: “Si conocierais con toda exactitud vuestra prisión, podríais planificar vuestra prisión”, así pues ¡Comencemos el camino de perseguir nuestros deseos y luchar por nuestros derechos pues con ello lograremos una gran meta: nuestra propia estima!
Lourdes Relloso Campo Psicóloga Clínica
Instituto Bidane
Psicología, psicopedagogía y sexología
Laudio (Álava)