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El mérito auténtico es, pudiendo hacer daño, no hacerlo»
Publilio Siro
La verdad es que cuando se repite mil veces una frase la confundimos con la verdad. La verdad es que con demasiada frecuencia, ante el sufrimiento que genera el desencuentro con un menor, decimos frases como: No hay manera con él. Es imposible. Es inaguantable. Por mucho que le digo mil veces lo mismo, no hace caso. Es el espíritu de la contradicción.
Todas y cada una de las quejas que tenemos insisten en que «ellos» no son como deberían ser, que por mucho que intentamos que cambien, no nos hacen caso. Lo peor de esta situación es que, cuando nos encontramos con alguien que nos dice que quizá nos confundimos en nuestro modo de afrontar el problema, que quizá en algo nos estamos equivocando nuestra respuesta aprendida como una vieja letanía es que los niños no vienen con un manual de instrucciones debajo del brazo. Pero sí, sí hay un manual, al menos básico, en el caso de la educación y de la relación con otros seres humanos y el manual lo debemos leer los adultos que les queremos y deseamos lo mejor para ellos.
Según consta en el manual, los niños con dos años de edad se encuentran en la fase de desarrollo del «NO» y, ante cada cosa que les proponemos ellos deben replicar con ese «no» taxativo que les ayudará a poder reafirmarse. En ese manual se nos informa también, que ante la insistencia de otro ser humano para que le hagamos caso, la única respuesta resultante es nuestra más absoluta resistencia y que, cuanto más nos empujan a hacer algo, menos deseamos llevarlo a cabo. Además, según indica el manual el sueldo de un niño es nuestra conversación con él, sea de la intensidad que sea o en el tono que sea.
Quisiera poner un ejemplo de cómo nos comportamos con los niños, pero me voy a permitir la licencia de poner un ejemplo no con un niño sino con un pobre cachorro de Pastor belga que es con el que yo aprendí esta lección.
Todo transcurrió la primera vez que tuve que salir con Docker a una zona verde. Docker era mi primer perro, lo cual os ayuda a imaginar mi conocimiento sobre canes en aquel momento. Docker era el cachorro que debía haber pertenecido a un buen amigo de mi marido, pero el destino quiso que quedara huérfano. Durante sus cuatro primeros meses de vida había recorrido dos casas y, en ninguna de ellas hicieron carrera con él, nadie le enseñó nada, pero todos se frustraron mucho.
Cuando me ofrecieron a aquel famélico perro, solo la pena y la frase: «Si no le vamos a sacrificar» hicieron que tomara la decisión de llevármelo a casa.
A mitad de viaje notamos que el joven cachorro babeaba de modo sospechoso y, ante una inminente vomitada decidimos parar el coche para que le diera un poco el aire. En cuanto salió, corrió hacia la zona verde sin parar. Cuando consideramos que ya había superado el mareo, decidimos continuar el viaje. Llamamos a Docker: ¡Docker, ven!, evidentemente Docker, al que nadie le había enseñado el comando de la llamada, no vino. ¿Entonces qué hicimos? Pues, lo que hace todo el mundo: Le llamamos más fuerte. ¡Docker, veeeen! ¿Qué hizo el perro entonces? Pues, como de la vez anterior a ésta, tampoco nadie le había enseñado el comando de la llamada, Docker hizo lo único que por lógica y sentido común podíamos esperar, ¡no vino!. Pero a nosotros ni la lógica ni la razón nos habló en aquel momento, sino la rabia y la frustración que al ver que el cachorro no obedecía, nos hizo hacer lo que todo el mundo: Ir a por él mientras gritábamos aún más fuerte.
Imaginad que sois ese pobre cachorro viendo acercarse a dos extraños que os gritan algo que no entendéis. ¿Qué haríais vosotros? pues efectivamente eso hizo Docker, salió corriendo y, justo en ese momento, cambiamos de estratégia. Cambiamos el tono, corrimos en dirección contraria y añadimos la palabra «bonito» a nuestra llamada. Por supuesto, los perros no entienden la palabra bonito, pero cuando nosotros la utilizamos nos ayuda a cambiar el tono. Como cuando el conocimiento de la letra de una canción te ayuda a encontrar la melodía.
Esta fue mi lección: los perros no vienen con la lección aprendida, debía aprender yo. Esto hizo que estudiara psicología canina y que me hiciera adiestradora de perros. Hay que enseñar a un perro a venir, sentarse, caminar sin tirar de la correa, ir junto a ti, esperar quieto… Hay quienes creen que como los perros son muy listos no les tienes que enseñar. Lo terrible no es eso, lo terrible es que cuando el perro desobedece le gritan, se enfadan e incluso los que sufren más de intolerancia a la frustración les golpean. Aún peor es que, cuando les dices qué deben corregir para solucionar sus problemas con el pobre animal, se ofenden contigo y te dicen que el perro sabe muy bien lo que hace, que no es tonto, que cuando se ha cagado en el salón o ha roto una zapatilla se esconde debajo de la mesa porque ya sabe que ha hecho algo que no debía. No señor, el perro no tiene ni idea de que haya hecho nada mal. El perro ha aprendido que cuando se unen dos variables zapatilla rota y dueño o caca y dueño, éste se vuelve loco. No ha entendido que pase nada con la zapatilla ni con la caca en el salón sino que cree que a quien le pasa algo extraño es a ese dueño cuando llega a casa, pero no asocia las variables transcurridas en un largo periodo de tiempo sino las que sufre de modo inmediato. El perro es muy listo, sí, pero ni es un genio ni es perverso. Tampoco lo son los niños.
Hay un manual mínimo de instrucciones, si nos dan un botón debemos saber cómo hay que colocarlo, con qué tipo de hilo y cómo rematarlo.
Con los niños deberíamos saber que cuando un niño nos dice NO de forma incesante puede ser como respuesta a su etapa de desarrollo, a su intolerancia a la frustración, a que nuestra insistencia crea en él resistencia, a un miedo que le bloquea, a la indefensión aprendida generada por fallos o críticas que le han minado su confianza, a la necesidad de sobresueldo que tenemos todos los seres humanos (que en los niños será recibido gracias a la atención de los adultos) y que le podrá atrapar en una conducta negativista.
Sí hay manual, pero los expertos quizá únicamente son consultados cuando los problemas se nos escapan de las manos.
Quizá todos antes de tener un perro deberíamos plantearnos consultar a un adiestrador y cuando somos padres deberíamos al menos saber que los niños cuando no hacen lo que deseamos no es por «desobediencia» sino por cualquier otra razón. Porque el manual que existe nos dice que romper a un ser humano es tan fácil como romper un huevo: solo debemos insistir en que haga algo para lo que quizá no está preparado e insistir una y otra vez.
Romper un niño es tan fácil como romper un huevo. Insiste una y otra vez en un mismo punto y podrás romperle. Come, come, come. Habla, habla, habla. Quieto, quieto, quieto. Calla, calla, calla. El principio de su resistencia es nuestra insistencia. Cuando el niño se rompe y se muestra resistente, seguimos golpeando en el mismo punto, es entonces cuando su resistencia se vuelve violencia. Pero como es él quien no obedece, nuestro enfado no nos hace plantearnos si lo que falla es nuestra estrategia.
Seguir intentando lo mismo solo podrá garantizar una cosa: nuestra frustración y nuestro enfado. Así que correremos tras el cachorro repitiendo lo mismo, con los ojos desorbitados, desquiciados ante una situación que se nos escapa de las manos, pensando que tenemos un cachorro que es «el espíritu de la contradicción», sin poder atender la premisa básica del manual que todos necesitamos considerar, aquella que dice que:
«Si insistes una y otra vez en el mismo punto, como si fuera un huevo, nuestro pequeño se podrá «cascar» «[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_video link=»https://www.youtube.com/watch?v=-hht4LwU2xk» align=»center»][/vc_column][/vc_row]